CC BY-NC 2.0 DEED

Vistos con perspectiva y ojos más inteligentes que los nuestros, seguro que somos una civilización para olvidar. De eso trata este libro. De lo mal que lo hemos hecho a lo largo de los siglos sin aprender ni un poquito de nuestros errores.

Y una de las claves de la novela está en determinar quien nos observa y toma decisiones: lo que unos llaman dios y otros cultura superior, basándose en la ciencia que encuentra una explicación de lo incomprensible. Más allá de lo plausible que pueda resultar desde la física, a mí la idea de que nos estén probando me encanta y… ¡me resulta tan verosímil que la liemos una vez más…!

Se tocan además temas variados y complejos que, aunque no se tratan profundidad, van dejándose caer con pericia y dejan poso de la mano de los protagonistas:

  • La mentira como forma de vida: la doble cara del asesino a sueldo, capaz de mantener una existencia burguesa y familiar trufada de viajes en los que mata a sangre fría por dinero.
  • La diferencia de edad como motivo de inseguridades y miedos en las relaciones amorosas y el amor en general.
  • Los vínculos materno-filiales.
  • La enfermedad y la irreversibilidad de la muerte.
  • Los abusos sexuales y la violencia dentro de la propia familia.
  • La dureza en un mundo laboral en el que se mezcla la discriminación racial con la de género.
  • La soledad, la falta de objetivos que lleva al suicidio.
  • La homofobia en los países africanos.
  • La política y sus miserias frente a la ciencia.
  • La religión y sus fanatismos.
  • El periodismo-espectáculo

Una de las cosas que más me ha gustado es ver cómo se resuelve la duplicidad de cada personaje. Creo que están muy bien construidos los diferentes finales de la historias y ninguno es igual, aunque sí hay segundas oportunidades en algunos casos, como la de Miesel o la del jAndré con la jLucie.

Especialmente coherentes me resultan la del doble de Blake o la de David, pero sobre todo me quedo con la elección del hijo de Lucie que consigue una madre más. Este sí que sabe.

La segunda pequeña Sophie ayuda a su «gemela» a tirar de la manta, como lo haría una niña, sin proponérselo y la pobre Johanna de junio es la que sale peor parada de toda la obra.

Por último, hay que mencionar a Adrien, el científico despistado que acaba enamorado sin remedio de su colega y resulta muy simpático, sobre todo cuando se descubre de dónde salen las preguntas previstas del Protocolo 42 🙂

Seguro que os apetece hablar de algún otro secundario que se me ha quedado en el tintero.

Vuestro turno.

¡Nos vemos el jueves!

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